Balada de inocencia©
Cuelgo mi rostro en la pared y mis ojos, radiantes y aturdidos, contemplan el vuelo del cuchillo que viene puntiagudo a enterrarse hacia sus iris. Parsimonia. Silencio. Luz plateada y cuarto solitario. Aúllo impertérrito que de pronto naufraga en un aliento herido. Una voz emerge desde un fondo de concreto armado. Es la voz de mi ojo bizco que palpita en la cólera y el desamparo. Intemperie total. Fruición de la hiel de un cíclope desalmado. Acaso lobo o leopardo. Acaso espada vencedora o cruz vencida. Solitaria luz.
Cuarto plateado. Momia incrustada en el espejo. La enigmática memoria queda atolondrada en un signo de misterio. Una lluvia de acero se levanta sobre nieblas. Sismo imprevisto. Malévolo recuerdo. Resurge el aullido, estalla en espirales como fibras de pedestal o grito de alondra. Ahora las visiones. Parques fatídicos y lumbres horripilantes. Veletas tristes en hilachas de tela y lluvia y de agua de océano y de algas. Loor a las vírgenes caídas en desgracia ante los pies de un dios salvaje, implacable, tumultuoso y de ínfulas venéreas. Un dios lamiendo las zarzas podridas del deseo. Abandonado a las tablas de un trágico teatro y oh, oh, oh... agoniza intentando domeñar las hiedras que comen su epidermis. Sus bríos se retuercen con infernales sacudidas. Es la hora del desquite, el descalabro, la transposición del vértice. La fiesta es de corceles furibundos y descarriados. Los acordes quebrados en bemol. ¡Pum! Es un golpe de luna blanca que huele a sangre de ballena loca. Miedo, temblor, huida. Temblor in crescendo escondido en garitas de mármol o marfil. No hay quebrantos. La balada es la inocencia malherida de un salvaje espíritu de ruina, de destrucción, de caída y de sueño: éso, una imagen destemplada en los arpegios fúnebres del amor. Silencio, silenci, silenc, silen, sile, sil, si, s...
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